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De regreso al futuro

Fue un nuevo aniversario de los fatídicos ataques terroristas del 9-11. La solemnidad, el duelo interminable y el triste recuerdo de las casi tres mil personas que fallecieron, hicieron parte de conmovedoras escenas, que al final fueron aplastadas por el peso de la derrota en la guerra de Afganistán. Ese día que cambió el curso de la historia, desató la furia de Estados Unidos contra los autores de semejante atrocidad.

Primero atacaron a Afganistán donde se escondía Osama Bin Laden y sus terroristas de Al-Qaeda amparados por los talibanes que estaban al frente de un régimen islámico extremista, salvaje y arcaico que limitaba el papel de la mujer a tener hijos. Después invadieron Irak, amparados por una mentira: las armas de destrucción masiva que nunca encontraron porque no existieron.

En ambos países, las tropas estadounidenses se instalaron acompañadas de una coalición internacional para derrocar las dictaduras reinantes, derrotar el terrorismo y construir democracias modernas. Excepto por el degollamiento de Sadam Hussein en Irak, y el ajusticiamiento en 2011 de Osama Bin Laden en Pakistán, ninguno de los objetivos fueron alcanzados.

Veinte años después, Estados Unidos “escapó” de Afganistán y los talibanes regresaron a controlar su país con más poder, mejor armados, con más dinero y siendo el atractivo de las potencias mundiales enemigas de Estados Unidos: China, Irán, Rusia, sin descontar India y Pakistán dispuestas a reconocerlos y, de paso, concretar negocios multimillonarios en Afganistán.

No bastó el costo monumental en vidas humanas y el ingente gasto económico de Estados Unidos que por dos décadas financió el armamento, la logística y la ayuda humanitaria en Afganistán. 

La guerra en cifras

Según el Departamento de Estado, 800.000 soldados estadounidenses llegaron al país asiático, de los cuales 20.000 resultaron heridos. En el informe Cost of War de Watson Institute International and Public Affairs, se contabilizaron 2.442 muertes de soldados estadounidenses, 66.000 militares y policías afganos fallecidos, 47.245 civiles afganos muertos.

También perecieron 75 periodistas y trabajadores de medios, 444 personas que estuvieron apoyando con ayudas humanitarias y más de 3.000 contratistas estadounidenses. Una brutal guerra de dos décadas en la que murieron unos 174.000 seres humanos. 

Tampoco fueron suficientes los más de 2 billones de dólares que financiaron la ofensiva militar, el entrenamiento de la nueva policía y el ejército afganos, la construcción de la infraestructura y de la economía del país.

A pesar de la muerte de 51.191 combatientes talibanes, el grupo nunca fue derrotado. Se replegó en montañas remotas y se financió con los millonarios recursos del comercio de la amapola como insumo para el opio y la heroína.

Sin vuelta atrás

Cuando Joe Biden ganó la nominación demócrata para aspirar a la presidencia y prometió el retiro de las tropas de Afganistán, los talibanes estaban acorralados y huyendo de las fuerzas afganas. A inicios del pasado mes de julio, cuando el presidente Biden anunció el 31 de agosto como fecha para la retirada, el Talibán comenzó a celebrar importantes conquistas territoriales. Al final solo les tomó seis días hacerse con el control de Kabul, la capital de Afganistán.   

¿Cómo pudo la Casa Blanca desestimar o ignorar este avance vertiginoso que tomó a todos por sorpresa? El propio presidente Biden hizo el ridículo al afirmar apenas 5 semanas antes de la caída de Kabul que era muy poco probable que los talibanes se apoderaran de todo el país.

Los 75 mil combatientes talibanes que quedaron activos no encontraron resistencia. A pesar de años de entrenamiento y una inversión multimillonaria, las fuerzas armadas afganas se rindieron en cuestión de días. Ya habían puesto suficientes muertos. ¿La razón? Un ejército que estaba desmoralizado por la falta de pago, el abandono y la corrupción que carcomía al gobierno y a los jefes militares, terminó por entender que su presidente y las tropas estadounidenses les habían dado la espalda al huir del país.

Como me explicó el periodista chileno Jorge Said desde Kabul: “El ejército es multiétnico y no responde a un ideal nacional afgano. Es un país que responde a los jefes tribales”. Se refería a las varias etnias que componen a la población afgana: los uzbekos, los hazaras, los pashtun (las raíces de los talibanes) y los de origen persa.

Pero para Biden no había marcha atrás. Estaba convencido de que la permanencia en Afganistán era irrelevante después de 20 años y el mejor momento para pregonar el cumplimiento de su promesa electoral era el vigésimo aniversario de los ataques del 9-11.

Democracias fallidas

Pero este viernes en su mensaje al país para recordar a las víctimas en los atentados, Biden ni siquiera mencionó la dramática retirada de Afganistán. En cambio, instó a la unidad de los estadounidenses.

La historia se repite. Después de armar a los muyajaidines – que más tarde se convertirían en los talibanes que acogieron a Al-Qaeda – para expulsar a los rusos que habían invadido Afganistán en la década de los 80, esta vez Estados Unidos dejó en manos de los terroristas talibanes toneladas de un arsenal potente y sofisticado con el que, sin éxito, pretendió aniquilarlos.

Aunque no se puede saber con exactitud la cantidad de equipos militares en manos del Talibán, se conoce que tienen a su disposición miles de rifles, ametralladoras, lanzagranadas, camionetas de combate (Humvees), vehículos blindados, aviones y helicópteros con capacidad de ataque.

Biden sabe muy bien que se necesitarán décadas para zanjar las divisiones y odios que ha generado Estados Unidos al exportar sus guerras y ocupaciones a diferentes puntos del planeta. Aunque en estos veinte años Estados Unidos ha logrado evitar ataques de terroristas extranjeros en su territorio, con las guerras en Afganistán e Irak, la amenaza del extremismo se ha multiplicado causando terror en Europa, Asia y el Medio Oriente. 

Biden quiere que prospere su doctrina de desplegar menos tropas y lanzar operaciones precisas contra el terrorismo, poniendo el énfasis en la filosofía de la zanahoria y el garrote, es decir, la diplomacia y las sanciones en lugar de las campañas militares a gran escala y de largo alcance. 

Estados Unidos ha demostrado una vez más su fracaso en exportar democracias. Irak sigue siendo un país en crisis, inestable, plagado de corrupción y agobiado por sus divisiones étnicas y los ataques de los grupos terroristas que operan en su territorio como los remanentes de Isis.

En Afganistán tampoco se pudo implantar el sistema democrático. Los talibanes están de regreso. “Este puede ser el comienzo de algo mucho peor: los talibanes ‘light’ que quieren mostrar otra cara, porque quieren el apoyo de la comunidad internacional”, me dijo Roger Pardo-Maurer, el ex subsecretario de Defensa del gobierno de George Bush en el programa Janiot PM. Y concluyó: “No tienen la fuerza para sostener a Afganistán. Es muy probable que veamos una nueva guerra civil, y Afganistán se convierta en un paraíso de terroristas”.

Sin futuro

Es que ya se sabe que con la llegada de los talibanes, centenares de miembros de Al-Qaeda que estaban presos quedaron libres, y esto representa una amenaza para la seguridad de Estados Unidos y el mundo; pero sobre todo, representa un peligro para los cerca de 40 mil afganos y sus familias que colaboraron con las tropas de la coalición como traductores, ayudantes y empleados. 

Las mujeres, que comprenden el 45% de la población, también son las principales víctimas. Durante la permanencia de Estados Unidos, habían conquistado derechos básicos como el de la educación y la participación activa en la sociedad, incluso en la política, sin tener que esconderse bajo una túnica o burka.

Los afganos se sienten traicionados, abandonados a su suerte ante un régimen que amenaza con la venganza. Así me lo dijo Salem Wahdat a quien los talibanes, en su campaña de genocidio contra los hazares, asesinaron a su padre en 1996, simplemente porque no hablaba el mismo dialecto.

Salem, huérfano y en medio de la pobreza, caminó todos los días 20 kilómetros durante 4 años para llegar a la universidad. Estudió literatura y lengua española, y así fue como se convirtió en uno de los traductores de las tropas de la coalición.

“Ellos cerraron sus ojos hacia mi pueblo. Ellos abandonaron 36 millones de personas. Dejan decenas de miles atrás abandonados en manos de un grupo salvaje, terrorista, cuya forma de gobierno es la violencia y el abuso a los derechos más básicos”, se lamentó.

Salem no cree en las promesas de los talibanes de una amnistía para los colaboradores de Estados Unidos o que no se convertirán en refugio de terroristas. Es incrédulo ante los mensajes de que quieren mantener buenas relaciones con el mundo o de que respetarán los derechos de las mujeres. Cuando nadie los esté mirando, los talibanes comenzarán a operar a sus anchas.   

“Para mí ya el futuro no existe. Pienso que el mismo día que nací en Afganistán, ese mismo día he muerto. No hay esperanza”, sentenció Salem desde Turquía adonde logró huir en un avión comercial en los días caóticos de la retirada estadounidense. Ahora intenta que las tropas a las que sirvió, le ayuden a evacuar al resto de su familia. 

Una bochornosa retirada

Quedarán estampadas en el legado presidencial de Joe Biden, las imágenes de los líderes talibanes sentados en el palacio presidencial, mientras en el aeropuerto de Kabul ríos de gente intentaban abordar algún vuelo para huir del país o algunos cuerpos caían del fuselaje de un avión de carga estadounidense, mientras los “yankees” regresaban a casa. 

Es difícil explicarse el fracaso en la planificación de una retirada ordenada y solidaria con los miles de afganos que quedaron aterrorizados y a merced de la brutalidad de los talibanes. 

“Fue un día de humillación y de una herida al honor nacional”, así lo reconoció Pardo-Maurer, quien además puso de manifiesto la vulnerabilidad e incompetencia que Estados Unidos expuso ante los ojos del mundo: “No fuimos fiables. Todo el orden internacional que depende de esa confianza, que depende de honrar nuestras promesas, se esfumó”.

La interpretación de muchos analistas es que los terroristas se sienten empoderados para avanzar con su Yihad: “El mensaje que mandan los talibanes es que Estados Unidos no es invencible y puede ser derrotado”, así me lo aseguró Joseph Humire, experto en terrorismo.  

Muy pocos se oponían a la retirada, pero sin lugar a dudas la ejecución fue desastrosa. Un estruendoso fracaso estratégico, geopolítico, ético y moral por el apuro de una retirada antes del 9/11 para obtener ganancias políticas a costillas de los deudos en el vigésimo aniversario de los atentados terroristas. Una terca decisión de Biden que pudiera convertirse en la peor de su mandato.

13 Comments

  1. Desde Santiago de Chile, te escribe un admirador que sigue constantemente tus crónicas.
    Visité Grecia en 1995, y desde entonces curso la carrera de Antropología y Arqueología en Santiago. Sigo muy atento a los asuntos del Oriente Medio. Me gusta como es tu forma de escribir.
    Atte. Gonzalo Alegría.

  2. Patricia acabo de leer su artículo y me pareció interesante, detallado y con un buen análisis de porque el mundo fue testigo del caos y la desesperación de varias personas en Afganistán, con la salida (tan mal organizada) de las tropas americanas.

    La mala decisión y coordinación que tomó Biden no me extraña. Ese no ha sido su primer error y no será el último mientras dure su mandato. Que me dices de los niños que cruzan la frontera solos. Los puntos fronterizos no dan a bastos para procesar esos menores y no tienen condiciones para tenerlos allí. Además, los albergues donde tienen a esos niño, hasta que un juez dicte la decisión en cada caso, ya no tienen capacidad y el gobierno paga miles de dólares para tener a esos niños en los albergues. ¿ Por qué el presidente no le pone un pare a esa situación? Él permite que el caos continúe en la frontera con esos menores y no hace nada. Aceptar que los padres manden a esos niños tan chiquitos a través de todo ese peligro, es una decisión también muy errada.

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